Había un camino llamado “EL dolor de Dolores”. Allí, estaba Dolores, aunque no la viera nadie. Ella, recorría de punta a punta el lugar el camino en que estaba predestinado a seguir y a vivir allí. En el camino, pernocta Dr. Don Horacio de la Pena, y la vé, por fin alguien la vé, se dice ella. Tenía los pies rojos de tanto que había caminado de principio a fin el camino. Dolores se vió tentada de cometer suicidio en el puente que tenía de frente. Pero, no, no, no, nunca lo hizo, se quedó allí. Y le dijo al Dr. de la Pena, que le brindara el medicamento que siempre tomaba. El Dr. de la Pena, le dijo: -”tengo que hacerte un estudio de la visión me dices que estás viendo un camino y un puente y no es tu manera psicológica es algo más allá de la visión”. Ella acepta y se vá con él, con el Dr. de la Pena. Y le realiza el estudio, le pregunta que vé y ella le dijo: -”su cara”-. No era tampoco la visión. Era el lugar, el pasillo del manicomio en que ella veía el camino “el dolor de Dolores”. Ella quedó callada, otra vez se sienta sobre la piedra arenosa en el camino. Ella, tenía los pies rojos de tanto andar descalza y con su bata blanca de paciente. El Dr. de la Pena, le dá pena por la muchacha y decide aventurarse en el momento en que ella le dijo: -”quiero vivir el tiempo una vez a la vez, quiero ver el sol que sale todos lo días, quiero sentir su calor en mi piel y su bronceado, quiero percibir el río que mis ojos ven y zambullirme allí en la penca de la palma más alta, quiero ver el cielo azul todos los días, y sentir el invierno y su frío en mis manos, hasta hacerlo calor con mi abrigo y sentir el dolor en mis pies por caminar mucho y sentir la suave brisa que emana del cielo y del viento, sentir la libertad. No ser reo de esta vida donde la prisa, el estrés se desvive el alma sin sentir la pureza de la libertad. El Dr. de la Pena la escuchaba, la da de alta a la muchacha, para que vaya a vivir su aventura de libertad y de caminar en aquel pasillo que ella creía el camino “el dolor de Dolores”. Se fue ella y lo que quedó allí fueron sus rastros, sus huellas indelebles, imborrables por la forma y la marca en que ella quiso marcar el suelo con los pies de rojos, rojo por la sangre de las llagas de sus pies. Nadie se percató de eso, más que el Dr. de la Pena. Tomó un poco de esa huella de ella, de Dolores, e hizo una magia trascendental hacia la cúspide de la penca más alta en el camino “el dolor de Dolores”. El Dr. de la Pena vió el camino, el puente, el río y era una maravilla de camino, “el dolor de Dolores”. Con la misma sangre de los pies rojos de Dolores, escribe en la piedra “el dolor de Dolores”. Se levantó, se quitó su bata de Dr. de la Pena y se sentó un rato en la piedra de Dolores, donde ella se sentaba y vió el río, el puente, la penca más alta y hasta un libro de Dolores que le gustaba leer titulado, “Las Fuerzas Espirituales del Cielo”. Y lo leyó todo, cuando terminó, dejó de ver todo tan mal. Sus fuerzas acrecentaron, sus pensamientos cambiaron, y su valiente pedazo de corazón se convirtió más fuerte. El camino del dolor de Dolores cambió de nombre, ahora, eran los dos que se convierten en la magia del camino de los perdidos. El camino se llama ahora, “la pena de Dolores”. Ella cayó, otra vez en una crisis psicológica y regresó al manicomio, cuando se reencuentran en el sanatorio se abrazan demasiado por el amor que florecía entre los dos por el amor al paisaje, al río, al puente, a la naturaleza, y se dijo que el camino “la pena de Dolores” se convirtió y soslayó en penas y dolores y en los pies rojos se notó el dolor de seguir una senda que la llevaría a la alegría de un camino florecido con flores reales para avivar la felicidad de los dos en su buen sano juicio y una saludable situación mental. El Dr. de la Pena la ayudó muchísimo en salir de ese trance de psicosis y fue muy feliz Dolores. El dolor y la pena en el camino “la pena de Dolores” fue y será que ella mirará al río, al puente, a la penca de la palma más alta y a las flores desde un rabito del ojo para ser feliz con su natural naturaleza.
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