En este mundo mío que te absorbe
y en ese mundo tuyo que me exalta
me siento el más grande de los hombres,
y me siento el más vil de las ratas.
Aquí donde muere de a poco la esperanza,
tú te empeñas en recalcar que existo
tus ojos de amor perdonan mis delitos
y sin aparente razón, justifican mis faltas.
No aceptas que soy un sátrapa
que nada bueno puede darte,
el que ha hecho de la mentira un arte
y con ella a diario te maltrata.
Sé que desde los quehaceres de la casa
haces intentos sobrehumanos
incansablemente buscando
mi ansiada e inmerecida libertad.
Ser libre para mí es necesidad
más para ti también lo es
y apenas yo de aquí saque mis pies
ya no serás libre ni tendrás paz.
Esa es la verdad que te niegas a entender
abre los ojos buena mujer,
un hombre como yo no te conviene
no dejes que el alma te envenene
ni atormente a la criatura que va a nacer.
A muchos les cuesta entender la ley
y esto lo digo, incluso por ti misma,
que vives de sofisma en sofisma
para sacarme de estas sucias rejas
porque te has metido entre ceja y ceja
con valentía y sobrado carisma
que soy el hombre que te pertenezco
cuando en verdad ya ni merezco
ser ese pobre presidiario
que recibe tus visitas casi a diario
a expensas de su propia integridad.
Buscas la aprobación de la sociedad
por tener que vivir este calvario.
Ayer murió un viejo reo
de los muchos que hay en prisión,
era inocente, eso creo
y nunca recibió consideración.
La esposa ante la situación
de una vez le dio la espalda
y él llorando su desgracia
gritaba a diario su inocencia
y fue asesinado sin clemencia
por unos reos de alta peligrosidad,
que haciendo eco de su maldad
pidieron les hiciera reverencia,
y él, firme en sus creencias
dijo: “sólo reverencio a Dios”
y entonces de modo atroz
acabaron con su existencia.
Dirás que sufro de demencia
pero sentí envidia de él
que a pesar del trato cruel
y de ser un reo inocente
siempre se mantuvo fuerte
hasta el último día.
Cuentan que en su agonía
con la cara ensangrentada
decía: Yo no hice nada, yo no hice nada.
Y yo aquí con mis culpas acuestas
con una esposa dispuesta
a tramitar mi libertad
siendo esa, tal vez la maldad
mas grande que se me haga,
porque soy alma que triste vaga
acosado por el remordimiento
y un dolor clavado adentro
que ni con la prisión, se paga.
Ya no me quedan palabras
para seguir escribiendo
ya el carcelero va saliendo
y debo entregarle carta
por favor, léela muchas veces
y si al hacerlo te estremeces
me harás un inmenso favor
de dejarme aquí en prisión
por los años y los meses
de mi sentencia en cuestión.
Solo te pido perdón
y espero no me redimas
porque sé que no escatimas
tus esfuerzos y no hay razón.
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El presidiario presuroso
entregó al celador su misiva
con una risa incisiva
de afanes muy misteriosos.
Su argumento vicioso
tan solo pretender quiere
que aquella mujer se esmere
en sus trámites a la brevedad,
porque ignora la maldad
que esas letras en el encierro
fueron escritas en desmedro
de su propia integridad.
aprovechando la oportunidad
para así victimizarse
y sin dudas procurarse
su añorada libertad.
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Y ocurrió lo que el preso
sin duda esperaba,
se agilizó el proceso
y su libertad lograba.
Esta historia inacabada
se repite cada día
y esa conducta impía
va socavando los pilares
de tantos grupos familiares
que hoy viven su agonía.
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A este problema tan serio
que padece tanta gente,
solo le queda el cementerio
o la cárcel, nuevamente.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela