Dormías, ¡y qué maravilloso el verte
rendida del cansancio de tu jornada,
con el río de tu cabello sobre la almohada,
y yo feliz, muy feliz de contemplarte!
¡Qué serenidad! ¡Cuánta paz se veía
en las ocultas dunas de tus párpados
que de tu mirada, cual cuidadosos vigías,
cubrían el encanto de tus ojos cerrados!
¡No me pude resistir! Y me sedujo la playa
de tu espalda desnuda recostada,
tibia, sedosa, llena de fuego, de embrujo,
que esbozó mil caricias mi insistente mirada.
Y no era el deseo impulsivo por amarte
cuando me embriagaba de ti, de tu fragancia.
Sino sentirte tan cerca, e indefensa tenerte
y saber que entre tu cuerpo y el mío no había distancia.
Tan sólo quise soliviantarte y consensuar
mi voluntad a tu apacible descanso
al que te rendías.
Abrazarte febril como a una guitarra
y acariciar tu cuerpo cansado
mientras tú dormías.