En ese descenso pausado que tienen las hojas al caer
se duerme el tiempo en el vuelo
y se acompasa el corazón al último viaje
retrasando latidos y olvidando lágrimas.
Ese cuarto de minuto de belleza distraída
permite la despedida de la rama que fue cuna
mientras acaricia el aire vertical de su único vuelo
para llegar al final, a tapar el suelo.
Y desde abajo, hecha ya alfombra de caminantes
formando parte de la tierra que siempre ansió
sonríe la hoja por el envés de su revés
porque forma parte ya del universo terrenal.
Después de haber vivido una vida de pájaro sin alas
entre los versos de una estrofa vegetal,
rueda, corre, vuela, al libre albedrío del aire libre
sin frío en sus nervios
sin cadenas arbóreas
feliz de no tener raíces.
Y la hoja, estremecida con un extraño amanecer
me dijo, por el pequeño tallo que aún le perduraba:
Ruedo, corro, vuelo,
ya soy feliz y libre.
Y por si mi vida ahora fuera corta
y para que mi árbol no me olvide
escribe Felipe Espílez
en estas frágiles líneas mi memoria.
Constancia persistente para la historia
Y así lo hago, mientras el tiempo se deshoja
en la redonda noria de la vida.