Alberto Escobar

En un rincón del ayer

 

 

Los naipes que me tocaron en suerte
no fueron los mejores.
La canalla de mi infancia se hizo un hueco
entre mis juegos callejeros, robar era divertido.
Salir a la calle era toda una aventura, era un 
carnaval de sabores y olores que acababa siempre
con el entierro de la sardina entre arenas de adrenalina.
Mis cronologías favoritas navegaban sobre incertidumbres.
La morisma que merodeaba las plazas de mi añoranza
se mezclaba con cristianos en un concierto de cardamomo
y jengibre que hacía las delicias de los que respirábamos 
desde genes andalusíes.
Era punto menos que imposible cejar en el empeño de ser
políticamente incorrecto ante un abanico de posibilidades
que se me abría apenas pisaba el umbral del zaguán.
Ahora, que el tiempo se ha hecho hombre viejo, revivo los
golpes de sangre sobre la gorguera con la añoranza del que 
espera las últimas citas con una bella chica llamada vida.
Irrigar todo ese torrente de recuerdos se hace achique
imposible, mi marchita sementera brilla por su fastamagoría.
Mis cicatrices de honor sobre el ropaje del alma es lo único
que conservo de aquello que fue... ahíto de inocencia...