Los miro,
y me arrodillo a su redondez
como venerando a dos limones maduros antes de beberles el alma.
Para qué negar que tus senos desvancecen esta ciudad envenenada
y esta ciudad es solo un sonido tenue
en las afueras de tus senos recién salidos de la mañana.
Para qué negar
que para mí tus senos son puertas
montañas
o camino resbaladizo
por donde pasa un arroyo
mojándolos
con agua blanca
sudorosa
y tibia.
Para qué negar que me gusta ver tus senos
husmearlos desde arriba
mientras vos sentada dibujás pensamientos borrosos en alguna tierra lejana;
mientras vos sentada
te quedás abierta a mis pupilas,
indefensamente abierta a mis pupilas dilatadas
hasta convertirse en salivas desbordadas.
Para qué negar
que me impaciento viendo ese sendero que envidio
lo envidio
por cruzar irrreverentemente
tus bellos, cálidos y rebosantes senos.
Dichoso sendero que envidio
ahí quisiera deslizar mis dedos
o mi boca y su beso
beso desbordado
beso líquido y fébril
que sobre tus senos
posarse quiere.