Con las palabras escritas
se edifica un calabozo para yacer enclaustrado,
solo otras palabras con la apariencia debida
le podrían ofrecer la salida;
estas, aún no son conocidas.
El canto del grillo
es el grillar que le atina
(en una noche donde hay tanta calma, ni la oscuridad se mueve
y se ostenta tan renegrida,
que a propósito, parece en estar coludida)
alejando las mariposas que danzan en sus oídos
y el eco es a él, un carcelero ofuscado
cubierto por toda su humanidad con túnicas invariables
tejidas por el serpenteo de corrientes adventicias que calan
el frío en un do mayor sostenido, bien anclado.
Su pasar, es entre aleteos forzados
y miradas sin dirección.
Su horizonte es a todas las partes
(hacia allá es donde mira,
hacia allá es donde muere por ratos
y más allá aun, es donde disipa la vida).
Desde ninguna parte le viene consuelo.
Un pequeño roedor le queda por adoptar, como fiel compañero,
de él aprenderá a roer de su aliento
la esperanza agazapada -en sus ojos profundos cansados-
que se evade, como tierra virgen que no cede a ser conquistada.