Levantamos nuestro castillo piedra a piedra
tallando cada una de ellas con esfuerzo y con sangre.
Fuimos izando los muros,
uniendo las losas con la argamasa del sudor y la rabia,
alzamos almenas y apuntamos sus torres contra el cielo.
Excavamos el foso,
y tendimos un puente elevadizo
tras las rejas de hierro y el portazgo.
Llenamos sus bodegas,
surtimos las despensas contra los malos tiempos
escavamos pozos para escanciar el agua
poblamos sus corrales
y sembramos los campos adyacentes
de olivos y trigales.
Pero cayó la noche,
la cena fue copiosa y rica en libaciones
y nos rindió Dionisio
mientras Eros dormía
y Marte templaba las espadas.
Hoy amanece el cielo enrojecido,
los campos arrasados
y el recinto sitiado e incendiado
a duras penas soporta los embates.
De nada sirven las murallas
si no hay hombres capaces de guardarlas,
de arrojar aceite hirviendo a los rufianes,
de oscurecer el cielo con sus flechas
de atravesar a los secuaces con sus lanzas.
¡Salgamos en mesnada!
a defender el pan de nuestros hijos,
la paz de nuestros viejos.
Limpiemos la tierra de basura,
al mundo de hienas sanguinarias
y cubramos de azufre sus cubiles,
sus escaños, sus tronos y sus bancos
y en la torre homenaje,
colguemos sus banderas y estandartes
junto al pellejo de sus capitanes.