La bóveda arbolada
acaricia el firmamento
con su canto, su lamento
de ramas consternadas;
pues su vestido de hojas
ya verde, almibarado,
pronto habrá, deshojado,
de guardarse en lisonjas.
¡Quién pudiera ser árbol!
pues aunque triste reluzca,
su susurro aún evoca
elegancia de mármol;
y a cada alba le espera
una luz más radiante,
tañendo, cada instante,
su canto a primavera.