Cae la lluvia de nuevo
en este ciclo que se inicia.
El campesino se sacude el letargo
y mira la tierra con ojos ansiosos.
Allí, despejando el camino de zarzas y maleza
le espera el surco abierto de la tierra generosa
donde sembrará el grano entero y ya listo
con su palpitar interno, latiendo intacto.
El agua, aliada de esa ceremonia vital
otorga el nutriente para levantarlo.
Ávido de alimento, como un infante
brota el nuevo ser, desde la humedad terrenal.
Eleva su talluelo de brazos vacilantes
para buscar el sol, como una ofrenda arcana
y la raicilla se despide y se dirige al centro,
orientándose mejor, cuanto más oscuro sea,
buscan raudos, direcciones opuestas.
Y, sin embargo, ¡Misterio! Un mismo objetivo.
La vida que se renueva en una plántula.
Es un goce para el campesino,
un disfrute sencillo, en realidad,
pero compartido con los suyos
que lo lleva a expresar ¡Seguimos viviendo!