Esta carta que escribiré
es para mi maestra Arelis.
La escribo con mucha fe
de que pueda darle lectura
y sepa que hasta mi sepultura
voy a acordarme de usted.
Cómo olvidar su sonrisa
tan espléndida cada mañana
como una lluvia que emana
con gotitas cristalinas.
Esa paciencia genuina
de explicar cada tema
y la manera serena
en que usted repetía
cuando alguien no entendía
su pedagogía tan buena.
Usted maestra ¡qué pena!
no nos explicó tantas cosas
que ya usted sabía,
tal vez eso nos ahorraría
experiencias molestosas.
No nos dijo que su cara sonriente
era solo para hijos de pudientes
para congraciarse con ellos.
Y eso sin hablar de defenderlos
y darles siempre la razón
en las peleas estudiantiles
aunque ellos eran los más viles
de los chicos del salón.
Ah, ese flujo monetario
de esos padres millonarios
hacían la diferencia
de aquella actitud suya,
se fue convirtiendo en burla
en mis años de inocencia
y acabaron con la paciencia
que tuve por tanto tiempo,
y ese trato tan cruento
me llevó a la desobediencia.
La vida ha dado muchas vueltas
mi apreciada maestra
y de seguro ya usted sepa
que aquellos de su preferencia
hoy la ven con indiferencia
y a usted como tonta perfecta,
perdóneme la expresión,
la relegaron a un rincón
perdiendo la oportunidad
de pasar a la posteridad
con el recuerdo bonito
de tantas chicas y chicos
que hoy la vemos con su lastre
de amargura y frustración
porque usted fue del salón
lo peorcito de la clase.
.
Atentamente
El acusón que sufrió sus embestidas,
el que la acusó con su papá y con la Directora
y finalmente ahora
la estoy acusando con la vida.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela.