Arrastre la manga del polerón por la calle,
la gente se movían como publicidad barata,
perros corrían detrás de los vehículos
y tu mirando hacia otro lado.
Me fije como caminaban el resto,
algunas palomas las asustaba con la mano izquierda,
mi mano derecha estaba con tu mano enrredada,
y tu sonrisa decoraba tu ausencia.
Las personas desaparecidas en sí mismas nos ignoraban,
los vendedores atentos a que los carabineros no lleguen.
Tu sombra seguía tu acorde, nacía
la forma de entender.
Cruzamos la calle,
me soltaste la mano, la tuya transpiraba,
sentía como los vehículos nos apresuraban y
tu mirada estremecida entre las grietas.
Nos sentamos a esperar la micro y salto la palabra,
Sabía lo que me esperaba,
ya había perdido en otras ocasiones
como el descaro de no pedir perdón.
Tus disparos lastimaron hasta mis huesos
mi alma en tu salón como alfombra,
sentía el hielo de tus palabras,
las personas nos miraban.
Me pare, venia la micro, tuve que disimular,
pero no me arrepiento, le pague a la chofer,
tu subiste primero, nos sentamos al final,
tu a la ventana, observo que nadie sospecha.
El viento entraba por la ventana abierta,
los asientos rayados, las personas en sus vitrinas,
el timbre estaba defectuoso mientras
tus ojos enervados por el estupor de la algarabía.
Las palabras están demás, el camino se
agota como tu paciencia. Las imágenes
se borran en el momento,
tu sabes cómo amar a un desconocido.
Llegamos al final, se acercaba
el desfiladero, el mar exacerbado por la luna mientras
te amarraste de la despedida. Un beso artificial
que degolla el nudo en la garganta.
G. Rasva