Alberto Escobar

Destripando vanidades

 

 

Buscando aventuras me arriesgué al laberinto de mis pasiones.
Fintando emociones resulté paralítico de sentido común.
Solo pude abrirme paso dando coces al pasado entre vaivenes.
Me sentí en un erial de desolación envuelto en un pelaje erizado.
Os recuerdo que amanecí al mundo tras una cesárea abrasadora,
que exterminó hasta la saciedad el escondrijo donde fui tomando
sentido, sentido que se deja tomar cuando la saciedad se extermina
tras alimentarse por reducción al absurdo.
Ingenié prototipos de humo para estar a la altura de lo que inventa mi
mente, para sofaldar todas las imposturas que infestan los cielos claros
de mi patria primigenia.
Exigo indemnizaciones a los pregoneros que ejercieron de partidores de
mis aguas, aguas que me sirvieron de abrigo en el seno de mi primer hogar,
el claustro materno de mi inconsciencia.
La temperatura de mis circunstancias elevan los mercurios hasta reventar
ampollas y anginas, anginas y fiebres que quedan sin resolver.
Abjuro de cultivar los plantíos que los señores feudales me imponen como
pago a su protección inexistente, evito acudir a la vendimia para engorde del
bastardo de turno, que solo tiene ojos para medir con su cinta de sastre el caudal
de su putridez.
Me salva mi condición de letraherido de mi religión más íntima, mi amor a las
letras es el mejor dique de contención ante la pugnacidad del abyecto.
Muchos pretenden que el ingenio toma carta de naturaleza con un surtido bien
diverso de trucos de baraja, cual trileros de feria, feria de vanidades, vanidades,
surtidas en la miseria del pretendiente a la inmundicia.
La chusma galopa en tropel en un tumulto de minas de antracita que disparan como
chuzos apocalípticos.

 

Me afano en mantenerme ileso, no permito que me corroa el batiente de 

las puertas del tiempo.