Aferrarme a ese veneno vigoroso, compulsivo,
En cada esquina de la memoria y sus posibilidades truncas;
En la absurda fantasía que me eleva, envuelto en llamas.
Respirar el vaho intenso de los peligros catódicos que se proclaman,
De las dobles verdades y sus alegres amputaciones,
Hasta que mi cuerpo entero tome las dimensiones del vapor
Y perpetre una suerte de neblina.
Dejar siempre al alcance de la mano esa gruesa campana
Que me atrevo a no tocar ni por casualidad -quizás
Por error, trastabillada a la mitad de la noche,
Buscando agua o alguna extremaunción.-
Tintineando en los recovecos relucientes del horror.