¿Qué eran, para un hombre de sesenta y siete años junto a una muchacha de una sola noche, la inteligencia, la cultura, la barbarie?
Yasuri Kawabata.
Solo dos veces he entrado a un putero, solamente un par de veces en lo que llevo de vida me atreví a transgredir todas mis barreras mentales, entrar al tugurio y al compás de luces de neón y la música que acompaña a la mujer que ejerce de prostituta desvestirme cada uno de los tabúes baratos que se alojan en la mente, al ritmo que su ropa caía al suelo.
La primera fue similar a todas esas tantas cosas que se viven por primera vez, pero no se disfrutan por temor o desconocimiento, quizá por ambas, porque el cuerpo se engarrota apenas se descubre frente a la experiencia ignota, cada poro y nervadura se somete a un rigor increíble, similar a aquel que siente uno al coger por primera vez, o el primer beso que dimos, o aquella vez que una mujer de cuerpo voluminoso se acercara a su servidor para ofertarle a mi padre un dominó a cambio de un inocente beso, tendría yo alrededor de seis años y mi inocente reacción fue esconderme debajo de la mesa hasta que el amazónico \"peligro\" pasara, dejando a mi padre sin dominó y sin poder presumir que su hijo era todo un macho calado, sabrá Dios por qué las manos y el cuerpo no responden a los actos pretendidos, ¿o es quizá que la pretensión de un acto al que no sabemos responder lo que nos limita corpórea mente?
Recuerdo llegar después de diez, quince, doce tragos, una o dos botellas de ron o brandi (ahora mismo mis recuerdos de esas noches son difusos), un taxista en su rancio Tsuru cuya pericia al volante habría de combinarse con la vigilia constante de que ninguno de los pendejos que pedimos la corrida hiciera las aguas o volteara el estómago en su unidad, en fin, quién carajo sabe cuánto alcohol fue necesario para dejarme arrastrar hasta aquel sitio cuya apariencia vomitiva le arrebató el carácter siempre benefactor que otorga la novedad, solo bajar del vehículo y trastabillar al intentar subir la banqueta supe que no tenía más cabida en mi un solo trago de alcohol, Marco P. y Adrian S., mis acompañantes e incitadores en esta aventura nocturna se dirigieron con pasos anquilosados al encuentro de dos personajes orangutanescos trajeados impecablemente en negro, aquellos sujetos colosales que decidían la entrada y en cuya figura recaía la resolución de cualquier desmán en el sitio, parecían así, apelmazados como se encontraban, a la luz de la luna y una óptica desfigurada por los estragos del alcohol, el Cerbero que vigilaba la entrada de aquel Hades terrenal.
Dentro el ambiente era desolador: decenas de corcholatas nadaban y permanecían regadas en un siempre húmedo piso color hueso mamey( seguramente por el derrame de la dorada cerveza), las paredes roídas acentuaban mis sensaciones negativas, en ellas se prendían carteles con la silueta de mujeres imposibles acompañados de letras al rojo vivo que develaban la compañía cervecera para la cual fueron hechos, pero el mayor oprobio, la mayor afrenta a mi lasciva expectativa no la derruyó el notar las luces de neón apenas funcionales, ni el baño pestilente al acre de la orina que se regaba por todos sitios, el mayor madrazo a la inventiva fue notar aquel sitio carente de las amazonas exuberantes que habría podido vislumbrar en mí tergiversada imaginativa, bastó caminar del umbral a la mesa que habría de ser nuestra por un corto periodo, para percatarme de que allí había mujeres de todo tipo, menos alguna que resultara atractiva a los cánones que figuraban en los calendarios y carteles que habitaban los muros, las había en extremo delgadas cuyos pezones saltantes perforaban el sostén, las otras, escapadas de un cuadro de Botero, completaban el grueso de aquel pequeño harén.
Sentados en la pequeña mesa de aluminio con el estampado de una compañía refresquera, Marco, el que más estaba hasta la madre, y sin embargo, el único que deseaba seguir chupando, se había recostado en la mesa con la actitud despreocupada que suelen adoptar los borrachos, para milagrosamente reincorporarse cuando llegó el mesero, un tipo con los pelos engominados con una torva sonrisa que lejos de contagiar hospitalidad te hacía querer meterle un madrazo para quitarle de enfrente para siempre, para fortuna, después de que el criaducho nos ofreciera una promoción de diez o quince medias de una cerveza que sabe a agua rebajada con miados (Cerveza Sol, le llaman) con privado incluido por un precio irrisorio, y después de colocar las heladas en la mesa, no volvimos a notar su presencia en toda la noche (por ese pésimo servicio y su grotesca apariencia, se hizo acreedor a pura chingada como propina), Marco tan pedo como estaba levantó la cabeza para colocar frente a él, Andres y un servidor, una cerveza destapada al tiempo que decretaba: -A chingarle cabrones,- con una actitud que nos obligaba a levantar los envases para improvisar un brindis- que hoy salimos hasta la madre. Andres me lanzó una mirada de hastío, él tampoco quería estar ahí, francamente era un tipo bien parecido, la nariz aguileña, los ojos de miel oscura, la barba bien recortada con matices pelirrojos, todo eso acompañado de un apellido franchute y una seguridad casi arrogante le hacían conseguir en cualquier sitio al que fuere una amante de una noche, aquella noche antes de salir del Bohemian con destino al putero, estoy seguro se había enganchado con una de esas cholitas de buen cuerpo que abundan en los antros y bares, para bailar con sus cuerpos soldados en lascivas intenciones, y finalmente, abandonarla cuando esta más dispuesta estaba a largarse con él a un motel barato y plañir por todos los pecados que la humanidad esconde, en una demostración de lealtad a nosotros sus amigos: Marco que no había conseguido nada que cacharse aquella noche (al igual que yo, con la diferencia de importarme un carajo) propuso marcharnos a un sitio más adecuado para vaciar la calentura reprimida que tenía cabida en su colosal cuerpo, Andres aceptó a regañadientes y yo, que era la quinta rueda del vehículo, seguí a ambos. En un tiempo que Marco levantó para vaciar la vejiga, Andres me realizó casi en el tono que se dirige el confidente al padre, que quería largarse lo mas pronto de ese sitio, así que desarrollamos un plan para primeramente, dejar de beber la repulsiva cerveza, aparentar mermar las que aun flotaban beligerantemente en la cubeta y finalmente largarnos a casa, básicamente consistía en destapar cervezas y aparentar tomarlas gustosamente, para en cuanto Manuel cayera sobre la mesa o se levantara al baño, azotarlas en el trasto con el culito hacia arriba, cuya señal advertía que nos las habíamos mamado hasta la ultima gota. Hecho este pacto nos dedicamos a medio disfrutar del espectáculo de nudismo que allí se brindaba en una pista de acrílico azulado con un tubo platinado desairando de vez en cuando a algunas féminas que mientras te mordían la oreja te insinuaban en un tono orgásmico: \"Papi, ¿no me invitas una cerveza?, pasaron dos o tres a bailar hasta que una de ellas captó mi atención sacándome de mi animadversión, era una moza de entre 25 o 30 años, del bando perteneciente aquellas que parecían escapadas de la obra de Botero, pese a su sobrepeso andaba de manera grácil en unas zapatillas de cuero negro, cuyo tacón me hacía recordar un enorme rascacielos, el cabello negro rizo lo retenía un liguero con dos piedras de utileria, en su rostro, los ojos de cachorrito brillaban en la obscuridad intermitente, quizá fue ese rasgo el que me hizo fijarme de manera endemoniada en su rollizo ser, alguna vez en un libro de Ignacio Trejo Fuentes leí que las prostitutas compartían para él una característica especifica: Todas tienen el cabello hecho mierda, un estropajo, incluso la más bonita o la más buena. Para mi, la principal peculiaridad eran los ojos, parecía que cualquier brillo o fulgor les era excluyente, y entonces cuando te miraban no podías ver más allá de tu reflejo, quizá era un método para colocar cortinas ficticias en lo que muchos consideran las ventanas del alma, y de este modo no regalar el mínimo atisbo de lo que fueron en esta y otras vidas: diosas coronadas, amantes sublimes, Matas Hari o presidentas de la nación, madres abnegadas, católicas fervientes.
Sonia,(ese era el nombre al que respondía conmigo esa noche la muchacha que me agrado tanto a la vista) tenia en su vientre abultado y rosáceo la marca disimulada de la cesárea, llego intempestivamente y se sentó en mis piernas mientras daba un trago a la cerveza que ya había comenzado a calentarse, -Descuida, esta va por mi cuenta.- exclamo con una sonrisa nívea. La naturalidad de sus palabras y la coquetería que imperaba en cada inflexión me dejaron fascinado, yo virginal y de masa corporal raquítica me convertí de pronto con ella en mis piernas de cáñamo, en un hombre con la experiencia sexual que claramente me era falta, de pronto me encontré sorbiendo su saliva al tiempo que mi lengua y la suya se revolvían en una especie de lucha grecorromana, cuando sus manos menudas tocaron mi miembro aquello fue el comienzo de un proceloso frenesí, mis manos se sumergieron en la divina tarea de encontrar su clítoris, ese dulce botón que activa la felicidad o al menos los placeres instantáneo, una vez hallado, palpitante y húmedo, me dispuse acariciarlo por encima de su ropa interior, mientras Sonia magullando pequeños y suaves ronroneos me acariciaba el cabello con sus dedos raudos , ensortijandomelo, tejiendo pequeñas trenzas, mordiéndome los labios y aferrándose a mi rostro y espalda con sus uñas, finalmente la magia pareció desvanecerse de pronto, aquel peso de aparente ¿felicidad? se hizo ausente de mis piernas, Sonia se excuso: -Me toca bailar, flaco- exclamó con la misma sonrisa que podía someter a dos feroces leones, la nostalgia que de pronto había alojado una parte del ventrículo derecho de mi corazón desapareció por completo con aquel beso aguardentoso que me dio.
Verla en la pista desprendiéndose de cada una de sus prendas fue un acto magnifico, bailó para mi en la esquina de la pista que estaba frente a nuestra mesa, en demostraciones de una flexibilidad ignota pude ver las nalgas torneadas y firmes que había sentido con anterioridad, su sexo durmiente cuando se despojo de su ropa interior(negra por supuesto) colocándose a cuatro extremidades y transitando así sobre su propio trance de sensualidad vertiginosa por el ancho de la azulada pista finalmente, apoyada en una silla se despojo del brasier y lo arrojo de manera galante a mi persona, dejando al aire los senos de Venus, firmes y bien torneados, en la luz del local y el delicuescente humo del cigarro, los pezones adquirían una sensación de ser confeccionados en tela oropelada, recuerdo verla bajar del escenario, recoger su sostén y retirarse tras bambalinas, en esos momentos Andres, vaciando la ultima cerveza en la tinaja, me corono como beneficiario del privado y para no demorar más la marcha de aquel sitio escogió a la primer mujer que tuvo al alcance, no recuerdo su complexión, ni sus manos, carencia del fulgor en los ojos y percatarme de ello me hizo reconvertirme en aquel ser virginal, temeroso y mojigato, nada de sus argucias funcionó para sacarme de aquel limbo, aquellas dos canciones resultaron un martirio, finalmente se levanto y yo agradecí al señor el termino de aquel acto ridículo, cuando pedí la cuenta y el mesero llego, todo en mi estaba preso del encoleramiento, lo cual, sumado al repentino cruce de miradas con Sonia en cuyo rostro noté un dejo de desencanto, hizo que lo tratara de manera déspota. Quizá pasaba por su mente la traición a la que fue sometida nuestra descubierta sinergia. Quizá en el fondo le dolía perder un cliente por el cual había batallado tanto, da igual, fuera como me viere, aquella noche debía terminar entre nosotros dos, en el taxi de camino a casa me sentía miserable, apenas llegar a casa me postre en el sillón café de la sala, soñando con Sonia y cumplimentando todas aquellas cosas que me quede con ganas de hacerle.
La segunda ocasión, fue en un puerto cuyo principal atractivo era la franja costera, poco les importaba a los locales que el resto de su ciudad fuera un páramo de miseria, violencia e incertidumbre, Ramón Sabárte, hermano mayor de Andres, era mi acompañante bajo aquella noche lóbrega, habíamos terminado la jornada totalmente despedazados después de soldar estructuras, acarrarear andamios, instalar los paredones de tablarroca e infinidad de cosas en la casa de algún funcionario corrupto de la ciudad, Ramón con su siempre incansable animo logro convencerme de salir a tomar unas cuantas cervezas al Samantha\'s Night Club, dirigirnos allí nos tomo aproximadamente treinta minutos caminando desde el hotel, a la entrada dos tipos dicharacheros soltaban una y diez frases halagando el sitio, sin darse cuenta que nosotros estábamos decididos a entrar al coste que fuera. Después de pagar un cover insignificante, una mesera de gestos gráciles y rostro sublime nos dirigió a nuestra mesa, un tablero de caoba bien barnizado alrededor del cual se situaban muebles de un exquisito terciopelo rojo, pedimos una cubeta de cerveza Indio y la disfrutamos mientras veíamos a mujeres, esta vez monumentales, mostrar lo mejor de sus dotes, cabe resaltar que Ramón y un servidor habíamos hecho el pacto(que por supuesto rompimos) de no gastar un céntimo más en algo que no fuera alcohol, todo cambio cuando una brasilera de senos monumentales nos abrió el apetito carnal y entonces Ramón exclamo: -Por supuesto que ando pagando un privado-, hablaba con esa dialéctica que le hacia remarcar las erres y mover las manos de manera avispada-. ve la calidad del material- coronando su expresión con una sonora carcajada. Evidentemente cada quien termino por pagar un privado, yo que había fijado mi atención en una preciosa argentina cuyo combinado azul celeste me hacia suspirar, termine con una paisana de buen cuerpo y mejores mañas, aquella ocasión, ya privado de la inocencia que presumí en mi primera aventura( tal vez por la distancia de años), con mis dedos en su sexo y ella mordiéndome el cuello, la oreja, el sexo, descubrí que pese a lo bien que fluía el momento, aquella ocasión era inferior a lo vivido con Sonia, dándome cuenta que la vida de los hombres es la constante repetición de experiencias cuya gracia o desgracia depende de saber diferenciar los momentos en que estas se magnifican o empequeñecen. Salimos del antro casi borrachos y fue ahí cuando decidí que el amor de alquiler y contratos no era para mi, porque todas ellas tienen una cierta tristeza en los ojos, tristeza que no era permeable mi siempre nostálgico ser, te miran pero están ausentes, las que más son felices sonríen mientras se sientan en tus piernas y deben imaginar que están con un tipo al que quieren...
Siendo putas pero no de oficio, sino por pura libertad... por derecho puro...
Y descubrí que lejos de sentirme más hombre visitando aquellos sitios, el alma se me ensombrecía y entonces, averiguaba en los siguientes días o semanas, mis ojos privados de su brillo natural.