Era mi perrita Yaky
la más cariñosa y fiel,
pequeña, hocicuda, de pelo corto
tres colores adornaban su piel.
Un día me la trajo mi hija
y tan pequeñita era,
que abriendo sus manos
apareció temblorosa ella.
Creció a nuestro lado
dándonos todo su amor,
corriendo con la velocidad del rayo
por los campos en flor.
Con tu amo cada mañana
montes y praderas recorrías,
y con habilidad sorprendente
retozabas sin cansarte.
Tus ojos como dos canicas
nos miraban sin parar,
las orejas dobladas hacia delante
te daban un aire travieso y vivaz.
Cuando la piedra alcanzabas
antes de que ésta acabase de llegar,
tu cola en espiral se transformaba
recta con la velocidad.
Saltando a dos patitas
te alzabas para la comida olfatear,
esperabas cada mañana a mi nieta
lamiendo sus manitas sin parar.
Si Dios a los animales
les hubiese dotado de la palabra,
sería para el hombre un privilegio
escuchar sus alabanzas.
Tu no hablabas, perrita mía
pero yo te comprendía muy bien
y te aseguro que por mucho tiempo que pase
siempre, siempre te recordaré.
Fina