Te escapaste de un cuento de otra época, olvidado en el zótano de una casita adentrada en algún bosque.
Saliste de entre las páginas amarillas y arrugadas junto a tu radio, tu guitarra, tu mate y alguna que otra botella de vino.
Las palabras las dejaste impresas en el libro (y en tus ojos) que atesoran historias y nostalgias.
Vas y venis. Deambulando a veces, con la mirada perdida en el horizonte, como queriendo reencontrar esa chimenea. Pero el humo que hallás no es otro que el smog de la ciudad.
La niebla te nubla el cuerpo (y el alma).
Entonces preferís evadirte, llenando de burbujas tu garganta, metiéndote dentro de ellas por momentos. Fumás, tragás esas plantas, las mismas que habitaron aquel lugar lejano perdido en el tiempo, que quizás una noche de desencanto arrojaste al fuego, junto a alguna carta de amor escrita a medias, mientras tarareabas algún tango. Y afuera, una orquesta de pájaros y murciélagos reían a carcajadas al compás de la música.
Y vos también reís. Y llorás al mismo tiempo. Y abrís las manos y cerrás el pecho, y abrís el pecho y cerrás las manos. Y te sumergís en el río mientras aguantás la respiración...
la respiración, entre otras cosas...