Esa lluvia, aunque incesante, es incapaz de apagar su fuego.
Seguirá abrasándola, nieve, viento y hielo.
Tampoco ninguna de sus perlas solitarias ha logrado amordazar el duelo.
Así que los caireles de cristal han decidido no decorar más su cielo.
Y pobre aquel inocente mochuelo.
Sólo conoce la tormenta sin consuelo.
Que no le permite alzar el vuelo.
Que destruye sus más profundos anhelos.
Y pobre ella que se tortura cada dia con sus propios orzuelos.
Incrustados, allí, bajo la piel, por miedo.
Poblando el horizonte que las llamas han dejado en liego.
-R.O.N.-