Una mujer pasa
observa el rededor
su mirada divina
se posa en la espalda
en el cuello, manos,
piernas, todo, en el todo,
de aquel simple hombre.
Ella tranquila en su andar,
fija su mirada como una espía,
esperando que nadie más vea,
lo que el universo le entrega.
Él se queda varado en sus adentros,
pensando en lo que le depará el tiempo,
sintiendo en la piel las ansias,
el sentir interno, de una mirada
que en su simpleza lo analiza,
buscando esperanza.
Corren las almas alborotadas,
por la desesperación de no ver,
se sienten entre la muchedumbre,
sienten el rumor de la vida,
los deseos del amor que guardan,
con desespero quieren fundirse,
sin pedir permiso al hombre y la mujer.
Ella sigilosa carga sus bellos ojos,
en los de aquel hombre despistado,
que no tiene vista más allá de sus ideas,
sus pensamientos lo queman,
ella confía que la verá parada,
ahí donde se encuentra plantada
con todas sus ganas de hablar.
Los fragmentos del tiempo se acoplan,
en su engranaje crean una casualidad,
él y ella se quedan en la vera de la realidad,
se observan, se contemplan, ¿Será prudente besar?
Dos cuerpos, contenedores del alma.
Las ánforas eternas, chocan, las almas gritan,
quieren escapar en la mirada,
entregarse a lo desconocido,
guiar sus caminos sin ningún permiso,
solo avanzar, querer, amar…