Hijo: ya que no puedo estar cerca de ti. Y sabiendo que el tiempo avanza con la velocidad a la que se traslada el planeta tierra para rodear al sol; ya que no puedo estar contigo, cerca, como si fuera el viento. Te pido, que consideres las palabras que te escribo. Levanta tu mirada y cuenta las estrellas si las puedes contar, y piensa por un momento. ¿De dónde crees tú que viene toda esa grandeza? Y ¿para qué crees tú que está ahí? Los filósofos se preguntaron antes que tú, y los astrónomos aun indagan los límites del cosmos en busca de respuestas.
Los poetas no logran penetrar del todo la belleza y los misterios que contiene el Universo. Pero se aproximan siguiendo la pista que la inspiración les indica. Ellos comprenden mejor las palabras con que fue hecho el Universo, que los filósofos y los científicos que solo quieren alcanzar el conocimiento de las cosas centrando su atención en la obra de un ser tan insignificante -comparado con la grandeza de su Hacedor- como es el hombre. Pero la esencia de las cosas solo la encuentran quienes exploran el espíritu de las palabras, que es la parte subjetiva de la creación que se transforma en poesía y en música; porque es lo que te hace sensible a la voz de tu Hacedor.
Ahora escucha lo que está escrito: Los cielos cuentan la gloria de tu Hacedor, el firmamento proclama la obra de sus manos. En el caos nada existe, y no habría orden si no hay Alguien, que ordena todas las cosas colocándolas en el sitio exacto, con una función precisa; para la complejidad que entraña la asombrosamente gigantesca maquinaria del Universo, la cual funciona de modo infalible y perfecto.
Desde el instante de la eternidad, cuando el tiempo se echó a andar:
Un día transmite el mensaje al otro día, y una noche a la otra noche revela sabiduría. Y así: Cada partícula, cada elemento, cada cuerpo celeste, hace lo que debe hacer, porque Él:
Sin palabras, sin lenguaje, sin una voz perceptible, -para el oído del hombre- ordena todas las cosas; por toda la tierra resuena su eco, ¡sus palabras llegan hasta los confines del mundo! Conoce los secretos del Universo, y lo que hay en el corazón de los hombres, por eso:
La Instrucción del Poderoso es perfecta: que restaura el alma; es alimento que nunca envejece, ni se agota, ni pierde su sazón. Nutre y al mismo tiempo sacia la sed del espíritu, como una fuente de vida inagotable. Porque no solamente de pan se alimenta el hombre y vivirá. Por eso hijo mío escucha:
El mandato del Poderoso, es digno de confianza: da sabiduría al sencillo, es decir a quien no tiene grandes conocimientos, ni presume tenerlos.
Los preceptos del Hacedor son rectos: siguiéndolos nunca te extraviarás por caminos donde corras peligro; sabrás cómo vivir; así es como sus preceptos traen alegría al corazón. Porque te conducen a hallar prosperidad, paciencia y paz.
El mandamiento del Señor es claro: da luz a los ojos. No hay forma de que puedas equivocarte si los sigues sin dudar, sin pretender que tus respuestas son mejores, pues no hay forma que las luces -es decir, la inteligencia del hombre- superen la perfección de Un Poderoso capaz de crear y gobernar un Universo tan grande como el que podemos ver, y aun lo que ni siquiera podemos sospechar que existe.
Sus planes son perfectos, la imperfección se debe a la torpeza y a la necedad de los hombres que no quieren escuchar su voz, ni obedecer lo que Él estableció, y luego lo inculpan.
Por todo esto, si puedes creer en un Poderoso, capaz de tales proezas, y perfecto: Entonces comprobarás que El temor, -que es la reverencia debida a Su Nombre- al Creador de todo, es puro: de una pieza, sin dudas, y permanece para siempre.
Entonces hijo mío, y solo entonces, habrás hallado el camino de la sabiduría que no viene por el raciocinio del hombre, que es producto de la excitación de sus sentidos, los cuales suelen ser engañosos. Sino por su sensibilidad espiritual, que es lo que le distingue de las fieras, y le permite percibir el Espíritu del Único y Supremo Hacedor del Universo.
Porque: El principio de la sabiduría, es el amor y la reverencia a Su Nombre.
Ya’akov Ben Tzion