Hablas tan dulcemente que me siento
triste; parece que tu voz vagara
por el inmenso azul y que llorara
de ausencia y de sepulcro lento...lento.
El cauce de tu boca está labriega,
cual surcos corporales de una rosa
y trina tu palabra poderosa
como un ave en una actitud de entrega.
Yo que fui basilisco de un momento,
yo que fui aquél soslayo que han vencido
los silbidos de Cronos, dios salvaje...
Amiga, y tengo miedo y me lamento
y en mi propios crepusculos erguidos
te has crucificado en un mensaje.
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David John Morales Arriola