Hermosa inmensidad del cielo abierto
depósito de esperanzas y desvelos humanos:
¿A quien encubres?
A un ingrato Dios que se deleita
con esta miseria terrenal de los mortales,
perennes insatisfechos, egoístas y banales,
que ni siquiera tienen claridad
de ser, de existir y trascender
a otros niveles de conciencia,
y que andan confundidos
con míseras ilusiones de paraísos absurdos
esquivos e irreales,
mundos saturados de placeres terrenales.
Hermosa inmensidad
abismal, embaucadora,
al menos cambia de vez en cuando,
cuanto a ti té de la gana,
tu apariencia embrujadora
como para justipreciar este decir:
Al fin y al cabo eres humana.