La vil estampa de tenerte a mi lado,
las cuerdas de tu arrojo en un reloj parado,
un tic sin un tac, un yo que no sabe qué hacer
y un tú que suena sin tac, que dice, sí, decir
dice mucho, pero yo, que no sé, me apago
sin vela que me ampare, me consumo.
Y son ciclones de niebla en vapor de saliva
vieja, y son lazarillos de pasto en bocas
ajenas como grandes rumiantes que mienten
igual al tic (tu ojo izquierdo), como al tac
(tu ojo diestro), han centrado tanto su ojo
ajeno que están inundados de lágrima inexacta,
un desequilibrio que te llevará con él o con
ella al foso por no llorar con ganas los
minutos y las horas enredadas en la zarza
de tanto engaño, ese vuelco en la infinitud
de tu sonrisa, esa farsa en la larva del gusano,
la crisalida que algo más tarde, unos minutos
después de ese reloj que por fin no está quieto,
en ese foso que no era tuyo, te devorará el
gusano que has criado dentro.