Con que profundidad de asceta medita el ciudadano murciano de pura casta.
Estirpe nacida de un santa y un paleto, que vive como un ajo de su huerta.
Casi de nada, para si, e indiferente a casi todo.
Aferrado a su silla de esparto en el campo, de la que no se levanta, aunque el mundo este temblando y venga una ola de fuego.
Allí, en su silla, seguirá sentado hasta el final de los tiempos, con los ojos a la corrupción cerrados, y los brazos cruzados como crucificado.
Y cuando le pregunten al murciano por lo que opina que pasa.
Se sentirá agradecido y bendecirá a los que le han robado hasta el aliento.
Angelillo de Uixó.