La luz de los faros de la ruta me desvelaban paulatinamente bajo el apoyo de una intranquila alma.
Los rechinantes ruidos del amortiguador derecho-trasero del viejo colectivo me incomodaban bastante.
De repente el estremecedor llanto de un niño rompió la poca paz que yo cargaba y fue el detonante de una gran lágrima que rodó por mi mejilla izquierda.
Y mi olfato estaba al borde del colapso culpa del viejo gordo del asiento de al lado que olía a cebollas y ajo.
La cortina estaba rota, los auriculares los había perdido justo ayer, y claro que un barbijo no llevaba... igualmente todos estos \"problemas\" solo eran gotas que revalsaban el vaso, gotas como las que caían de mis mejillas y me humedecian la ropa.