Se deslizó despacio entre las sábanas
y adoró su cuerpo, antes de amarlo.
Besó su pecho y su cara,
lamió despacio cada pliegue de su alma.
Dedos enredados, piernas enrevesadas, lenguas entregadas
hasta tener toda la carne mojada.
Hundió, desmedido, toda la vida en mitad de sus entrañas
y no paró de embestirla
hasta hacerle sangrar de deseo.
Ella sin apenas presencia, escupía palabras desde el cielo.