En un jardín de flores blancas llegó un gato rosado.
Allí pasaba horas, jugando con ellas.
No, no dije flores rosadas y gato blanco, dije gato rosado y flores blancas, oíste bien.
Cuentan que este gato siempre buscaba flores rosadas para recostarse a ellas, porque sentía cosquillas y le gustaba su aroma.
También cuentan que con el tiempo el gato se fue coloreando de rosado y las flores se fueron decolorando hasta ponerse blancas.
Entonces el gato rosado y las flores blancas se hicieron amigos.
Sucedió que una tarde una mariposa volaba por el jardín de flores blancas, perdón, de flores rosadas desteñidas por un gato, iba feliz entre el perfume de las flores.
De pronto la mariposa vio al gato rosado y creyendo que era una flor se posó sobre él.
El pequeño felino al sentir la presencia de la mariposa en su pelambre rosada la espantó de inmediato, pues a los gastos no les gusta jugar con mariposas, a las flores sí.
Resultó que la mariposa era muy insistente y volvió a posarse sobre el gato.
El gato volvió a espantarla, pero mientras más la espantaba, la mariposa más rápido volvía a posarse sobre él.
Hasta que un día el gato ocupado en espantar a la mariposa dejó tranquilas a las flores blancas, las cuales de un día para otro volvieron a ponerse rosadas.
A todas éstas, el gato también volvió a recuperar su blanco color.
Por eso ahora en ese jardín, la mariposa juega con las flores rosadas mientras el gato blanco pasea tranquilo mirando a la mariposa y olfateando el aroma de las flores.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela.