Deshojando margaritas
casi arruino mi jardín
y trepé a lo de “la Aylín”
por esas flores benditas.
Me quiere much... poquit... nada!
En eso estaba enfrascado,
cuando siento a mi costado
a la vecina enojada.
Mi explicación incompleta
se perdió en la medianera:
salté de cualquier manera
al verla con la escopeta.
Yo le quería aclarar
pero ella más se enojaba
y viendo que me apuntaba
no tuve más que escapar.
A veces uno no entiende
a estas personas sin alma,
el hombre pierde la calma
cuando por amor se enciende.
Tal vez tenía razón
pues al mirar sus florcitas
deshojadas y marchitas
se me estrujó el corazón.
Y mire usted que crueldad:
los pétalos me engañaban,
o tal vez se equivocaban,
no decían la verdad.
¡Y se aclaró mi sesera!
¡La casa de las viejitas,
ellas tienen margaritas!
Y me agencié una escalera.
Cuando crucé ya era tarde,
porque me olvidé una cosa:
¡Los perros de doña Rosa!
(¡Si usted supiera cómo arde!)
Como dijo Saborido:
No deshojes margaritas,
engañan las muy malditas.
¡Y terminas dolorido!
Derechos reservados por Ruben Maldonado.
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(Publicado el 6 de Septiembre de 2011)