Apresuradamente me destapé. Aún somnolienta y cabizbaja restregando mis ojos, dejé caer mis pies deslizándolos por el suelo medio a rastras. ¡ Tenía el poema en mi cabeza! Era el poema perfecto. El mejor poema.
Había llegado sin esfuerzo, con el silencio de la noche y entresueños; provocando un ensamble de palabras entremezcladas de sentimientos, fluía creando toda una danza de palabras bien sincronizadas, perfectamente rimadas.
A oscuras aún, me abrí paso por el pasillo descalza, un corto pasillo que se me hacía interminable, atravesando la distancia que me faltaba hasta llegar donde guardaba el lápiz y el papel.
Fué justamente al sentarme en el mullido cojín, que tenía en la silla delante de la mesa de cristal para dejarlo escrito; cuando el aire que se colaba por el gran ventanal abierto, desplazó los hilos dorados de la cortina provocando un suave movimiento que los empujó hacia mi cara y eso fue lo que me hizo abrir los ojos y...¡¡Agghh!!... me desperté.
Se me escapó un poema, un buen poema, quizás el mejor poema que hubiera escrito hasta ahora.