La lluvia, el desarraigo, un cigarro, una mano que sostiene un cigarro. Un fumador en la esquina. Tiene el cuerpo sucio, la piel sudada, las manos ensangrentadas. Tiene el sabor de una mujer desnuda en todo el cuerpo, en su cabello el olor sutil de una noche de sexo brusco, de sexo tan húmedo como los dedos de una monja que se toca por primera vez después de quince años y gime difamando a su dios, gime en el baño de un hospital, gime a las paredes blancas, a su sexo húmedo, a su boca seca.
Finalmente, cuando llega al clímax recuerda... Sus pasos la llevan siempre al mismo fumador de la esquina, al mismo que besó sus senos y ofendió a su dios.