El céfiro de la alborada roza tu dermis y la mía
seduce el pensamiento que aún no reposa
lo eleva más allá del hálito de pasión que nos rodea
anima las brasas que recuerdan son una infinita hoguera.
La senda de caricias sabe de palabras y besos
no es estrecha, la transitamos sin escollos ni egoísmos
cálida caminándola juntos, frío destierro del solitario viandante
conocemos las apetencias del otro, las hacemos propias, las gozamos.
Esta brisa acicala nuestro amanecer de ensueños
no es el aire, las estrellas diluyéndose, el fulgor del lucero,
lo eterniza tu mirada hundiéndose en mis recónditos anhelos
se vuelve real la quimera de ser uno mismo en la piel del otro.
Oscar A. Fernande Folguerá (Argentina)
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