El Renato, escarabajo,
parte rumbo a su trabajo.
De impecable traje oscuro
camina con mucho apuro.
Pero siempre se aparece
como si nada ocurriese
el travieso rubiecito
silbando por lo bajito.
Por si no sabe le explico
que este insoportable chico
lo lleva por donde fuera
sin preguntarle siquiera.
Programa de hoy: a la escuela
y luego a lo de su abuela.
Porque está lleno de brío
corre y corre como un río.
Y allá va el pobre Renato
sufriendo por el mal trato
adentro de la mochila.
Es que nadie despabila
entre libros, lapiceras,
cuadernos y dos gomeras,
dos fotos: Messi sonriente
y la vecina de enfrente,
un sándwich, tres galletitas,
un fajo de figuritas,
una nuez, una banana,
una media de su hermana.
Antes de tomar asiento
saca al bicho sin aliento
y contento se lo muestra
a su paciente maestra.
Al fin termina la clase.
Sin pensar mucho rehace
el lío de su mochila
y sale en perfecta fila.
Llega justo a merendar
con su abuela ¡Qué manjar!
Delante del pan tostado
pone al Renato, abombado.
La abuela queda espantada.
No registra para nada,
(tan frágil es su memoria)
a este insecto ni a su historia.
Con una fusta de cuero
le asesta un golpe certero
que deja al escarabajo
tan duro como un badajo.
Triste lo lleva el chiquillo
resguardado en un bolsillo
para darle sepultura
después de la noche oscura.
Pero ni bien se ha dormido,
el Renato (muy bandido)
se escapa a favor del viento
y da fin al sufrimiento.
En un pastizal mechudo
le pide al dios cascarudo
más fuerzas para su andar
pues no ha logrado pasar
más allá de la ventana,
y es seguro que mañana
el rubio, que no es un tonto,
lo habrá de encontrar muy pronto.
Aquí termina el relato
puede o no que sea grato,
pero no es bueno que exprima
mis sesos por una rima.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.