Con un pucho en la mano,
y zapatos bien lustrados,
llegó pintón y acicalado,
pisando como con asco,
el cordón de aquella acera,
por donde pasaba un linyera,
sucio, harapiento, oloroso.
Subió a la alfombra roja,
que le ofrecía el hotel,
no sea que se contamine,
su lujoso traje inglés,
lo miró de arriba a abajo,
al pobre viejo andrajoso,
diciéndole con sarcasmo
--andá a bañarte roñoso,
que me apestás con tu olor...
y el viejo sacó una flor
del ala de su sombrero,
le dijo...*soy pordiosero...
y usted parece caballero,
acá hay una vacante
en el puesto de admisión,
la calle es mi oficina...
soy el dueño del hotel*.
Y si viene por el aviso
que buscamos un portero,
no se moleste...señor...
quiero un hombre de honor,
y no un figurín de modelo.
Ahora me voy a bañar,
no quiero estar disfrazado,
pero cuando pido personal,
prefiero conocer primero,
si es un hombre cabal
o un vulgar pordiosero,
dándose humos de bacán.