Cada parte de tu cuerpo,
tus labios rojizos, tus mejillas acarameladas,
tus cejas y tus pestañas pedían caricias.
Todo era tu voz, todo era tu risa.
No existía otra cosa, ni los mares, ni la tierra en sí, ni siquiera la gravedad.
Ya no había otros puntos a donde mirar, ya no había cielo ni estrellas,
ahora, eran lunares y pecas que te hacían más bella.
El silencio muerto hacia apenas temblar mis débiles manos.
Pero me distraje, me distraje en tí y el tiempo se detuvo y ya no moría por tenerte,
me distraje y solo quería a tus pupilas verte.