Somos ese ríspido río de luz horadando el aire,
Oxigenándose en la caída
Libre como las cosas que no tienen futuro
Al cuál atarse.
Fundimos el metal de nuestra última espada,
Allá la honradez, la voluntad, la justa enmienda pronunciada
Ante los dioses.
¿Pero qué dioses? Sólo agua maldita re-suscitando las pestes agobiantes,
La madera que se ensancha al abrazarla,
Esta barcaza que mece nuestros espíritus como si fuera un limbo.
Ay, todo engaño es conservar la calma y echarse
Hierro hirviendo en los ojos clariviciosos. Como si algo más allá
Del sonido de la gota, algo en el borde del círculo
Que traza la onda, quizás una piedra que se gesta a sí misma-
Para desgranarse en negro, transparentando-
Pronunciara el verbo inconcluso hasta acabarlo;
Empañarnos en ser menos que nosotros
O cualquiera. Para ser un océano por arriba, gorgotéandonos
Desde las tulipas, desde las esquinas del cuarto.
Una humedad prócer pero sin presagios, arrasando ingenua
Con la creación y todo lo que a diario descreemos.
Una sorpresa que nos deje
Boqueando como peces en un balde agujereado.