Pobre corazón, que en tu mano suave
Brincaba y palpitaba de alegría,
Aun así, lo heriste con cruel alevosía,
Luego enfermó, pasó dos días grave
Y murió de decepción al tercer día.
Pero mira de la vida que ironía,
Eres tú, precisamente tú quien ahora
En esta vela desconsoladamente llora,
Cargando el más grande ramo de flores.
¡Ay ingrato amor de mis amores!
Te pido que por favor no llores,
No sé qué le duele más a este corazón
Que jamás lo dejas reposar tranquilo,
Si aquella cruel y vil traición
O estas lágrimas de cocodrilo...