Arsenio Uscanga

Tus ojos.

Casi había olvidado el color de tus ojos

             con su pupila citríca refrescándome el alma

 con su tornasol cambiante

como la sombra del fatuo fuego eterno,

y el aliento que emana de los reencuentros fortuitos, 

      había olvidado lo bien que se siente perderte

después de jamás poseerte.

Me había privado de los tortuosos caminos

       que llevan a ninguna parte 

como queriendo decir:

¡Que jamás he estado en casa, 

   si no lo he estado contigo!

Puede que al final del día, 

      quiera esperarte en el andén de la estación, 

una vez más, o tres, las que quieras volver,

   las que sean necesarias para proclamarte habitual de mi vida,  

como el oxígeno que respiro y me llena los pulmones

       de esa esencia afrutada que emanas,

como la luna que colma de luz el cuarto acartonado

          privado del resplandor de una vela tambaleante,

     o el clamor de las voces cotidianas,

             que no me significan nada.

 

Casi había olvidado, 

         que fuiste musa de matices terenales,

intacta 

a las mentiras pustulentas y al ardid,

    inocente

         con tus actitudes nobles y calmas,

sigilosa y compleja,

  cuando desaparecías acompañada del lóbrego de la noche,

                        V I G E N T E

a pesar del tiempo que envejece y aleja

     hasta los más gratos recuerdos,

ante los paisajes cambiantes te eriges triunfante

ante la fría cordillera y el mar de cáracter tropical

   tu esencia de mujer divina acalla los rumores

      de nubes que viniendo de un lado a otro, 

no hacen más que murmurar,

y te vistes con el manto blanco del bosque de niebla

   cubriendo los ocelotes pardos que en huida constante

     se ocultan entre los lunares de tu cuerpo,

y todas las orquídeas parecen enraizarse allá en tu pelo castaño,

     y el jilguero encontró asilo en tu boca, 

para dejar escuchar las palabras silentes,

   que  expresas con tus ojos de verde confidencia.

 

De lo tropical te quedo yo,

            escribiéndote sobre olas que se amarran a la orilla de la playa,

con un espirítu de blanca arena que en los días de norte, 

  se eleva en el aire y busca infructuosamente durante años, 

       llegar a tu palaciego recinto.

 

Y hoy que te encuentro risueña, salvaje y despeinada, 

   con remanentes de musa pasada,

       con la piel tostada tras la estancia en los sitios tropicales

 de mil países distantes a este, parecidos más nunca iguales,

       te diré de sopetón

Que bonita te ves, casi había olvidado el color de tus ojos...