Un día, de la nada, se poso un pajarito en mis hombros:
tenía todos los colores que un ángel podría imaginarse.
Era chiquitito como un puñado de soles entre las manos;
bailaba al escuchar el silbido del viento enamorándose;
me hacía caricias de caramelo con su alita de porcelana.
Había viajado tanto que tenía algo para decirme primero;
venía cual mensajero de un lejano reino para estar aquí:
el mensaje era de mi amada diciéndome nada cambiaría
por verme un par de segundos para alimentar su corazón.
En contestación, le envié a mi amor otro mensaje secreto:
en él decía que no importa el tiempo ni la distancia larga
porque siempre te tengo presente y nunca la voy a dejar.