En mi pueblo hay una fonda,
cerquita de la rotonda
frente al puesto de las frutas,
donde se juntan las rutas.
La dueña de este negocio
no sabe lo que es el ocio,
por su trabajo es famosa
y su figura es hermosa.
Le gusta a más de un varón
su fina dedicación
y se van sin mucha prisa
con una grande sonrisa.
Todos salen muy gozosos,
contentos los muy golosos,
seguro hacen propaganda
con sus compinches de banda.
Y pasan muchos viajeros,
comediantes, camioneros,
motoqueros, policías,
los García de las guías,
el Juez de Paz, tintoreros,
futbolistas, barrenderos,
el pelado de la esquina,
el nieto de mi vecina,
el Segundo Jakie Chan,
el gordito que hace pan,
el Piti, el Kigan, espías,
el pastor de aquellos días,
los del centro, los turistas
los villeros, los ciclistas,
los paisanos, los atletas
los roqueros, ¡los poetas!
alguno que no conozco,
piqueteros, los Orozco,
y sigue la larga lista
que Dios me ayude y me asista.
El caso es que a este lugar
-que ha dado tanto que hablar-
le llaman “piernas abiertas”
y lo han escrito en las puertas.
Mi gran sorpresa fue cuando
(ya que anduve averiguando),
supe el por qué de su nombre
¡Le explico pa’que se asombre!
Ocurre que esta mujer
(seria, como debe ser),
hace empanadas sabrosas
picantitas y jugosas.
¿Sabe cómo es la cuestión?
Se ensuciará el pantalón
con grasa de la empanada
si sigue como si nada
y no separa las piernas.
Tabernas, habrá tabernas
pero todas inexpertas,
“Comedor Piernas Abiertas,
es un manjar su empanada”,
versa un cartel en la entrada.
Y de postre ¡lo que es eso!
dulce de batata y queso.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.
Ilustración: dibujo de Florencio Molina Campos, artista argentino (1891-1959)