Ella era de las chicas que devoraba libros en un día, porque amaba aquellas historias de amor.
Ella era de las chicas que creía que esas historias solo existían en los libros.
Ella juraba que esa clase de amor no existía en la realidad, que era un mito, una leyenda, un cuento urbano.
Y luego llegó Él.
Y movió su mundo, su mente, su alma, su corazón.
Por primera vez ella sintió ese vértigo abrazador al ver a alguien.
Y cuando escucho su voz ¡Ho Dios!.
Llego Él con aquellos ojos cafés tan embriagadores como una buena copa de oporto antes de dormir.
Llego Él y le hizo tragar sus palabras, sus ideas, sus creencias.
Porque antes profesaba la inexistencia de ese tipo de amor.
Y Ahora ella no sabia cómo explicar que Él era ese amor.
Como Él se convirtió en ese amor.
Nunca imaginó aquellas sensaciones en su piel al sentir a otra persona.
Ni los desvelos vividos coronados por aquella grata luna de la que por poco se sentía hermana al pasar noches en vela con un solo nombre en la lengua y mil futuros en la memoria.
Nunca se vio escribiendo mil palabras al aire que nunca serían entregadas solo por la satisfacción de poder plasmar una sensación.
De dar una y mil vueltas en la cama tratando de encontrar una definición al sentimiento que llevaba en el pecho, la mente y el alma.
Porque de pronto Amor no parecía suficiente para tan grato y amargo sentir, no, no parecía suficiente para poder definir aquello que le quitaba el sueño y le regalaba mil más de esos que te hacían ver la ventana y desear que fueran realidad.
Ella era de las chicas que devoraba libros en un día, porque amaba aquellas historias de amor.
Hasta que llegó Él y se convirtió en su libro favorito.
Aquel del que escribiría sus historias favoritas.
Ella tenía la tinta y Él la historia que ella escribiría a fuego en el libro de su vida.
Aquella historia que sería su vida.