Cuando cruzaron las puertas de aquella desangelada iglesia, ninguno de los dos sabía que, treinta y nueve años después, sus mentes y sus cuerpos seguirían estando todavía juntos.
Estos mismos cuerpos-mentes, disfrazados ahora de viejos, manos entrelazadas, un ligero halo de tristeza en sus miradas, contemplan para sus adentros una reverberante puesta de sol, frente al mar.
-No me aprietes tanto, que me haces daño!
-Perdona, no me di cuenta… pero te aprieto porque yo te quiero mucho más que tú a mí.
-Déjate de tonterías…¿Qué estarán haciendo los peques?
-Estarán pasándoselo en grande…como nosotros. ¿Es que no puedes dejar de pensar en ellos ni siquiera en este momento tan sublime?
Se escaparon, cuan tiernos adolescentes que huyen del férreo control paterno, …bueno, en este caso del férreo control de sus hijas y nietos. Pero el caso es que la vida, que tantas veces les castigó sin postre, se compadeció de ellos y aquí los tenemos, disfrutando de unos tres únicos días de sol y playa.
-¿Treinta y nueve ya? … como pasa el tiempo.
-Por ti, casi nada cariño, ... estás cada día más guapa.
-Calla zalamero, que me lo voy a creer…
El caso es que no se pueden quejar ninguno de los dos. La vida-dios, la artrosis, el colesterol, el fisco… aprietan pero…de momento, no les ahogan.
Aquí los dejamos, tan tiernos, cariñosos, caminando, todavía, cogiditos de la mano. El horizonte es el mar y éste parece que a lo lejos se termina, se acaba, no hay más mar … pero ellos saben-confían que eso... no es, no sea del todo cierto.
app 08/04/2017