Querido hermano, mar inmenso,
en aquellos tiempos del pasado
te escuché un reír eterno e intenso,
te sentí vibrar regocijado.
Era un festejo en tus oídos
el cantar de las blancas gaviotas;
y gozabas con el pecho encendido
en cada una de tus gotas.
En tu verde e infinita inmensidad
de vida, de color y de alegría,
rebosabas pleno de felicidad.
Jamás sufriste de melancolía.
Oloroso, risueño y sonoro,
derramabas en la playa tu alma.
Y las olas prorrumpían en un coro,
y aplaudían deslumbradas las palmas.
Dime ahora, majestad imponente,
¿quién rompió la armonía de tu risa?,
¿Porqué causa lloras amargamente?,
¿Qué tristeza así te martiriza?.
Y el anciano mar llorando me dijo:
"En un tiempo mis aguas cristalinas
deleitábanse con casto regocijo;
desbordábase la espuma blanquecina.
Y eran mis cálidas profundidades
fuentes de vida en abundancia.
Y mi alma libre de soledades
respiraba mil perfumes y ragancias.
Mas hoy vivo la triste realidad
de ofrecer tan solo sal y viento,
humillado y desgarrado en mi tormento.
Los endemoniados llenos de maldad
se han robado como hienas mi alimento,
los altares de la vida han corrompido,
aquí solo habita el desaliento.
La avaricia de los hombres ha vencido.
Muchedumbres de perversos pescadores,
con sus barcos y sus redes asesinas,
asolaron como voraces roedores
la abundancia de mis profundas minas.
Ya no encontrarás en mi ballenas,
ni delfines ni tortugas majestuosas.
No tengo tiburones ni rayas morenas,
ni puedo regalarte estrellitas rugosas.
Lleno de caparazones y peces putrefactos,
mancillado, invadido de olores grotescos;
triste, manchado por sus soberbios actos,
ya ves hermano, lo poco que te ofrezco".