Acompañame a mi hogar, a través de interminables bosques y de perpetuas aguas, sigue el vuelo de las aves que siempre atraviesan el cielo al mediodía o solo observa a la única estrella septentrional, su brillo te traerá de vuelta.
Acompáñame dentro, ésta es mi casa, humilde refugio de un modesto espíritu, agasájate en la sala, mira ahí sobre la chimenea, los retratos en sepia de un pasado absorto, latente.
Espera, mientras cocino la cena y deja volar tus preocupaciones, acompaña la espera con una bebida caliente, acaricia al gato y su refinada ternura, quizá descubras qué hay tras sus ojos altivos.
Permíteme, soy la cal del mundo, esa forma que existe por los pilares de sueños acumulados construida en los cimientos de lo que alguien creyó para el mundo alguna vez.
Mírame, efímera ante tus ojos pues ya se han acostumbrado, pero no por el silencio indiferente que acepta, sino por la molestia de toda una vida que no comprende mi existencia.
Míralos, efímeros ante sus propios ojos, por la cacofonía de lo que ellos creen cierto ya no logran diferenciar por sus propios medios y sus manos están cansadas pero siguen sosteniéndose unos a otros, el esfuerzo es por mantener su forma, ese reflejo de lo que yo soy su esencia.
Compréndeme, aún si soy esa rosa coqueta, la que se mece en el jardín del poderoso, que insinúa tanto como carece en su interior. Solo necesito del manto de tu saber, incluso si no has de evitar los látigos sobre mi espalda y la mirada indolente pues mi caída anuncia el eclipse del sol y el nacimiento de otra estrella... meridional. ¿es ella la que crees cierta para este mundo?
Pregúntate, ¿esa interminable huida es acaso la fuerza de tus días?, si las fachadas se derriten, si las formas se emancipan, si la rosa se marchita y el poder se difumina, donde será tu cobijo de este mundo que finalmente nació y cuya paternidad ya no te pertenece.
Dime camino vagabundo, dónde esta el mundo inquebrantable que persigues?. Quiero conocer tu hogar.