Sus ojos, sus hermosos ojos, eran los que decían todo.
No había más que exclamar ante esa penetrante mirada.
Esa inexplicable complicidad que nos unía, era algo fuera de este planeta.
Conocerlo por los ojos, fue lo que me convirtió en su confidente.
Conocerme por los ojos fue lo que convirtió al hombre ojos color cacao, en mi hombre ojos de cacao.
Éramos dos cómplices jugando con fuego.
Éramos dos personas extrañas, amándose de reojo.
En ojo de ciclope vemos las horas pasar.
No somos dos. Somos uno.
Uno en silencio de amar al otro con los ojos, desnudándole el alma, siendo uno, siendo dos.