Los ojos de Ana merced son del cielo,
de su rostro la luminosa sonrisa.
Crisol de innumerables brillos.
Lapislazuli de lunas llenas,
estación de primavera
cuando el azul se enseñorea del cielo.
Piélago ultramaro donde quisiera navegar
y, al albur de la brisa de sus pestañas,
fiar la singladura.
Los ojos de Ana, a los que las lágrimas
son plata, azul cobalto,
que no mercenario oro.
Cimbreante cuerpo antillano,
envuelto en mixturas de cacao y café,
que de su piel exuda aromas
de ron, Caribe y especias,
y sabor de frutas tropicales.
Cuenco de golosa melaza
en que la pasión humedece
los carnosos labios
que salpican las palabras
al son de la música
llenando de sol los coloridos ritmos
que rezuma el almíbar de su boca.
Tú y yo somos peldaños de interminables escaleras que suben y bajan,
estrellas fugaces persiguiéndose en un cielo carmesí,
naipes marcados en el juego del amor,
fugitivos cruzando ríos en la oscuridad de la noche
que, atrapados en calles sin salida,
buscan entre el cielo y la tierra un lugar donde permanecer.
La noche avanza ebria de oscuridad,
balanceándose sobre las barandillas de los puentes,
negando la turquesa al mar, ya inundado de azabache.
Es el gigante tuerto que, cegado su único ojo por el sueño,
busca a tientas su imagen perdida antaño en el espejo.
Y en este deambular solitario, su tiempo se desvanece
con la salida del primer autobús de la mañana.
Si me fuera posible, bañaría tu piel de luz de luna,
vestiría tu cuerpo desnudo con tules de ardasina,
calzaría tus pasos sobre pies alados,
como si rozasen la arena de la playa,
encaramándose sobre la espuma de las olas
y colorearía tuso ojos de verdemar, aguamarina;
e, incluso, de igual manera, propondría
que la ciencia se pronunciase sobre el fulgor de tu mirada.
\"En el país de la reina de los encantamientos\" (2012)
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