Observándote desde la ventana,
oía las vibraciones de tu corazón.
Se te veía tan fría, tan placentera.
Esa piel tan blanca tuya,
como la nieve que cae en invierno,
como el helado de limón que gustabas
comer en verano.
No había diferencia alguna.
Tus ojos, tan negros como aquella noche
en la que tu y yo fuimos uno.
Quise entrar, pero algo me detuvo.
Tu corazón me delató.
Tu piel se erizó al verme.
Nunca entenderé tu miedo hacia mi,
pues yo sólo quería darte amor.
Aquel que algún día sólo fue tuyo
y estaba bien así.
Pero esta mentira no culmina
y tu sigues tan tiesa y tan fría.
El dolor es insoportable a la hora de amar.
Observándote desde la ventana,
puse el arma en mi cabeza y desaparecí.