Esteban Mario Couceyro

Luiggi el mensajero

Luiggi, ese era su nombre, natural de Porto San Giorggio, Italia. Con una veintena de años había sido reclutado por el ejército italiano como postino.

Recuerdo cuando le dieron el uniforme y la moto, apenas pudo fue a su pueblo, mostrándose con orgullo, subido a la imponente VMW, con sidecar.

 

El devenir de la guerra, no fue favorable, cada vez las tropas se desplazaban más al norte.Su división, estaba diezmada y en la práctica dependían de los tedeschi, forma casi despectiva con que nombraban a los alemanes.

 

Luiggi, un verdadero sobreviviente, hacía todo tipo de negocios en el mercado negro que reinventaba a su paso en los escenarios que le tocaba vivir.

Llegando a Roma, le tocó cuidar a ingleses, pilotos hechos prisioneros, quienes le intercambian a Luiggi, relojes por azúcar y cebollas, con los que preparaban una comida que nuestro personaje no comprendía.

Luego iba y vendía los relojes a los alemanes, trocándolos por alimentos y vales de combustible. Su actividad floreciente, le permitía auxiliar a la familia dejada en el pueblo.

 

Pasaban los días y Luiggi transitaba continuamente los caminos del frente hacia los cuarteles alemanes, el ejército italiano casi no existía.

Hasta su uniforme cambió, le dieron un enorme casco alemán y una chaqueta que le quedaba grande, su aspecto patético originaba pullas entre los alemanes, que le despreciaban.

Luiggi, veía cada día que se desplazaban más al norte y sabía por rumores, que se replegarían hacia Alemania.

Intuía que eso representaba, el abandono de su familia y un destino incierto para su propia vida.

 

Todo ese día, en su pecho estaba la idea de escapar hacia el sur, una acción que podría llevarle la vida, ya que los alemanes, los italianos y las tropas aliadas, podrían matarle.

 

El último mensaje, fue entregado cerca del frente, entre los restos de un pequeño pueblo, dónde el coronel de la Wehrmacht, contrariado le entregó un mensaje urgente para que lleve al comandante.

 

Luiggi, montó nuevamente su moto, hizo cargar combustible y con despliegue de histrionismo, canjeó un reloj de oro por un bidón de veinte litros de nafta, que ocultó en el sidecar.

 

Partió, al anochecer, tomó la ruta habitual, hacia el norte y tras unos kilómetros desvió hacia el oeste, por un camino rural, donde sabía que no encontraría a nadie.

 

Evitaba los pueblos y caseríos y en un momento, abandonó el camino para descansar y poder pensar a dónde iría.

En ese lugar y con esas ropas, la moto, las armas…, la documentación que llevaba…, lo condenaba, transformándolo en un blanco para todos.

 

Ya de noche cerrada, optó por ir hacia el sur, sin tocar los caminos, atravesando campos sin las luces, aprovechando la luna que iluminaba fantasmal el terreno.

A su derecha veía los destellos y explosiones del frente de batalla y con el corazón acelerado miraba forzadamente el sur, evitando los obstáculos naturales del terreno.

 

Llegó el momento, en el que el combustible se terminó y debió continuar caminando. Tenía que cambiar el uniforme, por ropas de paisano, antes de toparse con los aliados.

 

En estas elucubraciones estaba cuando llega a un caserío, en el que aún colgaban ropas del tendal.

Se aproximó con cuidado, esperó desde el lado del viento, para que los perros olieran especialmente  el embutido que llevaba en el morral. Esperó una hora, hasta que los perros se acercaron de a poco llevados por el hambre.

No ladraron fascinados por la comida, que Luiggi les daba.

Aprovechando la situación, se acercó al tendal, donde eligió la ropa que le convino, buscó en el morral y sacando un reloj plateado, para dejarlo colgado en lugar de la ropa.

Luiggi, caminó unos metros y se detuvo pensativo, giró sobre sus pasos y descolgó el reloj, alejándose rápidamente.

 

Caminó durante las noches, evitando la luz del día, ya no veía los resplandores del frente de batalla y eso lo tranquilizaba.

Al tercer día, se acercó a un pueblo pequeño de pescadores.

Llegando a la primer casa, llama a la puerta, pidiendo comida. Es atendido por una anciana, que le da un pan, no tenía más. Luiggi busca en el morral y encuentra una sortija de oro que un piloto inglés, le dio a cambio de cebollas, finalmente se la da a la anciana, que la mira con desconfianza, mordiéndola, se convence y aprobando la transacción le dice, - “me gusta, así tiro esta de aluminio que me dieron los facistas a cambio de la de oro, que en comprara mi Giuseppe cuando nos casamos”-.

 

Luiggi, busca la pequeña caleta, donde los pescadores comenzaban a salir, en busca de pesca.

Al llegar, unos pescadores, lo miran con recelo, hasta que Luiggi saca de su morral un paquete de cigarrillos Camell y les convida a todos.

Les dice que es de Porto San Giorgio y que busca llegar con su familia, es entonces que el más viejo le dice que él en persona lo llevará.

 

Tras dos días de pesca, el pescador, hace una escala en San Giorgio y deja a Luiggi cerca de su casa, al partir brilla en el brazo del pescador un reloj de oro.

 

Pasó la guerra y las cosas en Italia no mejoraban, Luiggi ya tenía dos hijos y no había trabajo. Algunos se iban a “la América”, averiguó que en Nápoles había un barco argentino, el Río Segundo, que llevaba a los que querían trabajar y que una vez asentados, podrían llevar la familia.

 

Una fría mañana de diciembre, Luiggi aborda el carguero, rumbo a la Argentina. Al llegar,son llevados al hotel de Inmigrantes, en el mismo puerto de Buenos Aires.

Se acomoda en una habitación con otro italiano joven, Mássimo, un calabrés hablador, con quién hiciera amistad.

Al otro día, por la mañana, Luiggi sale de la habitación, con la intención de buscar trabajo, junto a su nuevo amigo.

El hall central, se encontraba rodeado de balcones internos, que eran los pasillos de las habitaciones, fue entonces que Luiggi vio como comenzaron a caer billetes de dos pesos, una lluvia que todos recogieron con rapidez.

Luiggi con las manos llenas, miró a su nuevo amigo, con los ojos llenos de lágrimas, asegurándole en un llanto…-” Questa è l´America”.