Hay que arrojarse de golpe
al lecho de tu cuerpo
agua inquieta que espera
el chapuzón para mojarse
tiritando hasta convertirse en clamor.
Hay que ser pez y navío
para afrontar el extravío
que ocasionan tus olas...
tener la osadía enamorada
que tienen la luna con el mar
en el ocaso.
Hay que arrimarse lento
volar para extasiarse
en tu piel. Tú, dulce fruto
me tienes violento mar
sobre tus olas acurrucado.
Hay que tener en una mano
una hoguera encendida
y en la otra un ramo
de bellas flores coloridas
para llegar incólumne
a tu corazón avasallante.
¡Ay... si no existieras mujer!...
de piedra y frutos hecha, de
miel y roble, de color
y mesura...
De dónde inventaría
la rara ternura que desde tus
frágiles pies se levantan
en columnas de amor
al infinito.