Alberto Escobar

Hierba fresca

 

 

Mis pies sobre la hierba fresca dibujan huellas
de placer, las nubes en su llorar de aguacero
me impregnan de un azul sediento de polen.
Azahar que me penetra desde que mi sangre,
linfa disuelta en el amnios materno, naranjas
que gravitan sobre tierras yermas de libertad,
tierras que aspiran a ser barro escupido por la
pústula que embosca mi concepto de quien soy.


Quiero ahora empequeñecer a brizna de suspiro
que me lleve al Valhalla de los árboles milenarios,
milenarios de sabiduría, de aquella que cae en las
sentinas de las aceras de calles que huello a diario.
Como viera que las hojas de mis naranjos golpean
el suelo que me soporta, grito con la mirada puesta
en Marte para explicarme lo inexplicable.


Me gustaría, en este preciso segundo, ser bóvido, 
pastar en los prados que Heidi me mostró posibles, 
y sentarme a muir los aromas que me asedian y me 
toman sin ejército, y que nacen del núcleo terrestre.


Cierro el éxtasis que siento por instantes inventando
mi necrología, porque el placer ha sido tan inmenso
que no hay existencia que lo justifique.


Mudo con decisión de perspectiva frente a los pasos 
que me quedan por dar.


Hago miles de morisquetas al destino, que ignoro.

 


¡A palabras necias..!