Ayer te vi con tu paso alegre
en tus sandalias de suave suela
donde de dos en dos se puede
caminar por la estrecha acera.
Con aquel vestido de tela fina
que daba forma tal a tu figura
al momento en que por una esquina
crecía tu sombra a la luz de luna.
Y ¡qué hermosa y torrencial melena
descendía entonces sobre tu espalda!
Como la blanca espuma que baña
los millares clastos de la arena.
Y de aquel perfume tan encantador
en tu atavío de la noche aquella,
suave era como el de la flor
por cuyo néctar los insectos vuelan.
Invítame, Mujer, cuando vayas
tan soberana por la cantera,
como ayer te vi con tus sandalias
por las citadinas calles aquellas.